Hace mucho, mucho tiempo en la Tierra pasaba algo terrible, dos seres estaban siempre peleándose, estos dos seres eran la luna y el sol.

Su pelea era porque nunca se ponían de acuerdo: cuando quería salir el sol, la luna no le dejaba y le echaba del cielo para quedarse ella y si el sol decía que no quería salir, la luna, sólo por fastidiar, le obligaba a salir y ella se iba a descansar.

Los hombres estaban muy tristes porque les veían siempre pelearse y ellos no podían hacer nada para que la luna y el sol fueran amigos.

Un día la luna estaba tan enfada que dijo que iba a destruir al sol porque sólo le molestaba y no le dejaba hacer bien su trabajo. Entonces llamó a sus amigas las estrellas y todas juntas prepararon un plan para acabar con el sol. Pero en la Tierra, un niño se dio cuenta de los planes de la luna y las estrellas y pensó que tenía que hacer algo para acabar con las peleas de la luna y el sol.

Fue a casa, cogió algo de comida y se fue al bosque. Allí  pidió a un pájaro enorme que volando subiera lo más alto que pudiese para estar cerca de la luna y el sol. Cuando estaban arriba el niño empezó a hablar con la luna. Le dijo que no podía acabar con el sol, porque los hombres le necesitaban porque da calor, luz... La luna escuchaba atenta. El niño le siguió diciendo que si destruía al sol todos los hombres morirían entonces ella tampoco pintaría nada en la Tierra porque nadie podría verle. De repente la luna se echó a llorar y se dio cuenta de que tenía que hacer las paces con el sol.

El niño fue a llamar al sol y se reunieron con la luna. El niño les propuso que el sol saliera cuando los hombres están trabajando para ayudarles y la luna saldría después, para que con su calma, pudieran descansar los hombres.

La luna y el sol sonrieron, les parecía buena idea y le niño volvió a casa feliz porque había conseguido que la luna y el sol fueran amigos.